lunes, 17 de noviembre de 2014

El viaje de ¿retorno? y primavera.

Camino de vuelta estoy; he ido al campo unos días. Todo apunta a que he conseguido perdonar a mis padres toda aquella culpa que legítimamente o no, les atribuía.
Estudio poco, por no decir nada, y mal; muy mal.

Tiempo convulso de Navidad he pasado. Y maltrato de vida he pasado.
He llorado. He sentido apatía de vivir e indiferencia por todos.
Me he endurecido a base de endulzar mi fachada.
Me creo ahora poseedor de existencia apacible. Circunstancial y finita como todo lo que vamos sintiendo a medida que nuestro corazón pulsiona y nuestros pulmones suspiran.

Oleadas de odio y malestar amenazan a veces con destruir mi playa; de finos sedimentos que han ido arrastrando los años se alimenta. Moldeada por lo mares de lágrimas que braman y arañan mis costas contempla el tiempo casi palpable.


Podría enumerar mis logros en una sucesión de nombres y descripciones:

Vivo solo en el centro de la ciudad.
Tengo trabajo fijo que me sustenta.
Estudio una carrera que me gusta.
Tengo amigos.
Tengo novio.

Y parecería idílico si me meciera en las aguas de los valores compartidos. Si hubiese ido a parar al cauce que me esperaba antes del mar.
En cambio sigo habitando en el arrollo serpenteante.
Inconstante es su caudal.
Por subidas y bajadas chapoteo.
Temeroso de perderme y estallar en llanto que riegue un campo yermo, me revuelvo y me hundo en aguas subterráneas.


Porque también podría decir que:

Vivo en una ciudad donde no deseo vivir.
La trivialidad de mi trabajo me desespera y llena de impotencia.
Me duele estudiar lo que estudio pero más me duele no hacerlo.
Tengo muchos conocidos con los que no he logrado pasar de una charla amena sobre lo cotidiano.
Tengo un novio al que aprecio pero no quiero.

Me asomo a la superficie a que el sol temple mis ánimos con miedo a que seque mi porvenir.
Por oscuros y tenebrosos valles me adentro. Infectos de criaturas perniciosas que me seducen cual sirenas y me hacen tropezar.
A enormes llanuras van a parar mis aguas. Inspiradoras de la más horrible soledad.
Monotonía en toda la amplitud del mundo. Sólo vienen insectos a revolotear.


Siento la vibración del tren.
Los túneles de sus vías podrían cambiar mi vertiente. Supuro por sus paredes curvas.
El trayecto de sus idas y venidas me molesta.
Me escurro por la pendiente hacia abajo.
¡No será este mi aquí! ¡No será este mi mar!


Llego a mi destino lleno de lugares donde abastecer mis vicios. Me espera un embotamiento mental autoinducido y una tos perpetua.

Llanuras, valles y barrancos he dejado atrás.
Grisáceos se tornan mis ahoras.
Un fundido negro acompañado de carcajadas me mantendrá frío en relaciones y periodo estival.
Una ciega desconexión para no sentir, no tocar; ni ver, ni oler, ni escuchar, todo aquello que se sucede a mi alrededor y de lo que no quiero participar.



jueves, 13 de noviembre de 2014

Conversaciones ajenas para mojar con el café.

«Se trata de una persona muy sensible; muy inteligente; y que, al mismo tiempo -quizá sea percepción personal mía desde fuera-, muy destructivo consigo mismo.

Pero a veces pienso -cuando hago memoria de las veces que he estado en Oporto y Lisboa- que se toman cantidades ingentes de alcohol y ansiolíticos, de manera que no sabía decir si son culturales o personales esos aspectos psicológicos de João.»