jueves, 29 de mayo de 2014

Spies

Cuando la oscuridad reclama su hora y el silencio ocupa su lugar, las huestes salen de sus escondrijos con cautela.

Un suspiro lejano se atenúa a medida que se arrastran.
Unos pasos acompasados componen su melodía de flauta.

Las criaturas emergen sigilosas. Cientos de ojos huidizos y cuerpos inquietos se asoman.

Ávidas de libertad recorren su conocida prisión. Buscan ansiosas algún cambio que les confirme las sospechas. ¿Acaso creen que comparten celda con algún otro recluso?

Celosas de su espacio merodean los márgenes. Sus pezuñas sucias lo manchan todo.

Van perdiendo el miedo según crecen en número. Y ríen nerviosamente para que el eco de sus risas les acompañe en la soledad. Y bailan con pasos torpes mientras miran hacia los lados recelosas. Y cantan con voces agudas y chirriantes su eterna canción.

Muchas se han reunido ya.

Se apelotonan unas contra otras y lanzan sonidos guturales de advertencia reclamando un poco de espacio.
Las más grandes se hacen hueco con sus zarpas. Las pequeñas y escurridizas aparecen por doquier.

El ambiente es asfixiante.

Empiezan a ser conscientes de que el tiempo se les acaba.
Con muecas de horror se miran.
Imaginan, paranoicas, que el carcelero se acerca.
Escuchan ruidos lejanos. Tan familiares como irreconocibles a la vez.
Incapaces son de relacionar cada sonido con lo que lo produce.
Una persiana enrollándose, un reloj dando las en punto, un coche arrancando... Escapan a su imaginario. Y sin embargo no son realidades carentes de significado para ellas. Saben que son el preludio de su retorno forzoso. Siempre esperan con congoja la hora de volver.
El bullicio que antes reinaba se quiebra de golpe. Todas permanecen en alerta.
Su cárcel parece zozobrar.

Muchas son las que caen sobre las otras.
Trazos de luz como cuchillas cortan la atmósfera quemando sus retinas.
Corren ciegas y despavoridas a sus rincones. Se arañan.
No pueden permanecer a la intemperie. El carcelero ya casi está.
Sus pasos truenan esta vez. Ensordecen sus tímpanos.
Palpan desorientadas las grietas por donde salieron.
Un fogonazo ilumina la estancia. Una queda rezagada.

Se oye un grito mudo y luego ya, lo que fue dejó de ser y lo que es no se sabe.


(...)


Estoy otra vez conmigo y es mi voz con la que pienso y es mi voz con la que me hablo por primera vez en este día.

Los de arriba han tocado con estrépito alguna puta basura que les ha servido de instrumento de percusión improvisado.
-¿Qué hora es? ¡Qué cansado estoy, joder!

Miro en dirección a la ventana para ver si hace sol. A veces, si hace, me anima a levantarme. Y sí que hace, pero no me anima.
Recorro mentalmente las obligaciones que me esperan hoy. Recuerdo con rapidez las de ayer. De las que me hice cargo y de las que sudé.

Hastío y pereza de vivir.

Respiro con dificultad. Me cambio de postura.
Bocabajo y con la almohada tapándome la cabeza se está mejor.
Cierro los párpados y veo con mi voz hecha ojos un suelo grisáceo que parece flotar en la negrura.
Hay una cosa oscura en el centro. Parece un trapo ajado y mugriento.
Me acerco con mi voz hecha piernas y lo intento tocar con mi voz hecha manos y tan pronto como lo toco, un escalofrío me corta el hilo de pensamiento y me atenaza el pecho.
Y abro los ojos y miro en dirección a la ventana.
Y me pongo de lado y me destapo un poco.
Y el odio acude al grito mudo de socorro del pecho y le quita la tenaza. Y parece que se quedará allí de guardián todo el día. Y siento cómo a cada latido se va distribuyendo a través de la sangre por todo el cuerpo.

Y comienzo a odiarme por no haberme levantado antes y empiezo a odiar a todo y a todos los que van apareciendo en mi mente.
Y pienso que es el precio que tengo que pagar por estar consciente.
Y me prometo intentar dormir antes hoy para mañana hacer algo a lo que no esté obligado. (A ver si tengo de eso. A ver si me queda.)
Y me prometo, una y mil veces, no quedarme las madrugadas insomne, vigilando que lo que vive en las profundidades y se manifiesta en la noche, vuelva a lo oscuro con cada nuevo amanecer.