jueves, 30 de octubre de 2014

Nostalgia de vivir.

Nostalgia de vivir.



Para en el momento en que la nostalgia no te deje continuar.
Pues aun cuando se nos presenta como dulce bálsamo,
también pegajosa y traicionera se torna.

A medida que pasa el tiempo los recuerdos se apelotonan atrás.
Y parecen moverse buscando un lugar más cómodo;
parecen vibrar hasta asentarse.
Apenas si tenemos control sobre ellos;
quizá sólo cuando están frescos.

Se anquilosan y esperan.
Y se piensan y se maceran.
Y acaban fermentanto,
destilando un licor suave que los impregna por completo.
De manera que al reparar en ellos no puedes sino saborearlos.
¡Y ya lo creo si son suaves!
No hay más que ver cómo suavizan nuestras facciones.

También tienen la virtud de los licores fuertes; calientan el cuerpo.
Y cuando caemos en tal embargo, nos han dominado.
Quedamos a merced de ellos.
Y perdemos la actitud crítica con la que hicimos frente a paisajes y rostros.
Y los días más aciagos se vuelven portugueses.
Los envuelve un halo de encanto.
Luz trémula los ilumina,
melodías de piano los acompañan.
La tristeza se vuelve bella y las lágrimas dulces.

Parece que el dolor es sólo presente.
Que las sensaciones, dependiendo de su tipología, deciden dónde esperarnos
pues no pueden vivir en cualquier cuando.
La esperanza es futura, la nostalgia lejana y el dolor es ahora.

No nos queda sino disfrutar de este dolor que nos hace movernos y nos espolea a vivir.
¿Acaso acabaríamos echándolo de menos en caso de muerte?

Dolor como sustrato de vivir.
Dolor como medida de todas las cosas para esperar que cambien en otras.
O compararlas,
borrachos de nostalgia,
con todas las anteriores maldiciendo las ahoras.