martes, 16 de abril de 2013

Historias de Londres.

Ayer fue miércoles toda la mañana. 
Por la tarde cambió: 
se puso casi lunes, 
la tristeza invadió los corazones 
y hubo un claro 
movimiento de pánico hacia los 
tranvías 
que llevan los bañistas hasta el río. 

A eso de las siete cruzó el cielo 
una lenta avioneta, y ni los niños 
la miraron. 
Se desató 
el frío, 
alguien salió a la calle con sombrero, 
ayer, y todo el día 
fue igual, 
ya veis, 
qué divertido, 
ayer y siempre ayer y así hasta ahora, 
continuamente andando por las calles 
gente desconocida, 
o bien dentro de casa merendando 
pan y café con leche, ¡qué 
alegría! 
La noche vino pronto y se encendieron 
amarillos y cálidos faroles, 
y nadie pudo 
impedir que al final amaneciese 
el día de hoy, 
tan parecido 
pero 
¡tan diferente en luces y en aroma! 

Por eso mismo, 
porque es como os digo, 
dejadme que os hable 
de ayer, una vez más 
de ayer: el día 
incomparable que ya nadie nunca 
volverá a ver jamás sobre la tierra.


Ángel González.

lunes, 1 de abril de 2013

Del árbol de la montaña

El ojo de Zaratustra había visto que un joven lo evitaba. Y cuando una tarde caminaba solo por los montes que rodean la ciudad llamada <<La Vaca Multicolor>>: he aquí que encontró en su camino a aquel joven, sentado junto a un árbol en el que se apoyaba y mirando al valle con mirada cansada. Zaratustra agarró el árbol junto al cual estaba sentado el joven y dijo:

Si yo quisiera sacudir este árbol con mis manos, no podría.
Pero el viento, que nosotros no vemos, lo maltrata y lo dobla hacia donde quiere. Manos invisibles son las que nos doblan y maltratan.

Entonces el joven se levantó consternado y dijo: <<Oigo a Zaratustra, y en él estaba precisamente pensando>>. Zaratrustra replicó:

<<Y por eso te has asustado? – Al hombre le ocurre lo mismo que al árbol.
Cuanto más quiere elevarse hacia la altura y hacia la luz, tanto más fuertemente tienden sus raíces hacia la tierra, hacia abajo, hacia lo oscuro, lo profundo, -hacia el mal>>.

<<¡Sí, hacia el mal!, exclamó el joven. ¿Cómo es posible que tú hayas descubierto mi alma?>>
Zaratustra sonrió y dijo: <<A ciertas almas no se las descubrirá nunca a no ser que antes se las invente>>.
<<¡Sí, hacia el mal!, volvió a exclamar el joven.
Tú has dicho la verdad, Zaratustra. Desde que quiero elevarme hacia la altura ya no tengo confianza en mí mismo, y ya nadie tiene confianza en mí, - ¿cómo ocurrió esto?

Me transformo demasiado rápidamente: mi hoy refuta mi ayer. A menudo salto los escalones cuando subo, -esto no me lo perdona ningún escalón.
Cuando estoy arriba, siempre me encuentro solo. Nadie hablo conmigo, el frío de la soledad me hace estremecer. ¿Qué es lo que quiero yo en la altura?
Mi desprecio y mi anhelo crecen juntos; cuanto más alto subo, tanto más desprecio al que sube. ¿Qué es lo que quiere éste en la altura?
¡Cómo me avergüenzo de mi subir y tropezar! ¡Cómo me burlo de mi violento jadear! ¡Cómo odio al que vuela! ¡Qué cansado estoy en la altura!>>
Aquí el joven calló. Y Zaratustra miró detenidamente el árbol junto al que se hallaban y dijo:

<<Este árbol se encuentra solitario aquí en la montaña; ha crecido muy por encima del hombre y del animal.
Y si quisiera hablar, no tendría a nadie que lo comprendiese: tan alto que ha crecido.
Ahora él aguarda y aguarda, - ¿a qué aguarda, pues?
Habita demasiado cerca del asiento de las nubes: ¿acaso aguarda el primer rayo?>>.

Cuando Zaratustra hubo dicho esto el joven exclamó con ademanes violentos: <<Sí, Zaratustra, tú dices verdad. Cuando yo quería ascender a la altura, anhelaba mi caída, ¡y tú eres el rayo que yo aguardaba! Mira, ¿qué soy yo desde que tú nos has aparecido? ¡La envidia de ti es lo que me ha destruido!>>. – Así dijo el joven, y lloró amargamente. Mas Zaratustra lo rodeó con su brazo y se lo llevó consigo.
Y cuando habían caminado un rato juntos, Zaratustra comenzó a hablar así:

Mi corazón está desgarrado. Aún mejor que tus palabras es tu ojo el que me dice todo el peligro que corres.
Todavía no eres libre, todavía buscas la libertad. Tu búsqueda te ha vuelto insomne y te ha desvelado demasiado.
Quieres subir a la altura libre, tu alma tiene sed de estrellas. Pero también tus malos instintos tienen sed de libertad.
Tus perros salvajes quieren libertad; ladran de placer en su cueva cuando tu espíritu se propone abrir todas las prisiones.
Para mí eres todavía un prisionero que se imagina la libertad: ay, el alma de tales prisioneros se torna inteligente, pero también astuta y mala.
El liberado de espíritu tiene que purificarse todavía. Muchos restos de cárcel y de moho quedan aún en él: su ojo tiene que volverse todavía puro.
Sí, yo conozco tu peligro
. Mas por mi amor y mi esperanza te conjuro: ¿no arrojes de ti tu amor y tu desgracia!
Todavía te sientes noble, y noble te sienten todavía también los otros, que te detestan y te lanzan miradas malvadas. Sabe que un noble les es a todos un obstáculo en su camino.
También a los buenos un noble les es un obstáculo en su camino: y aunque lo llamen bueno, con ello lo que quieren es apartarlo a un lado.
El noble quiere crear cosas nuevas y una nueva virtud. El bueno quiere las cosas viejas, y que se conserven.
Pero el peligro del noble no es volverse bueno, sino insolente, burlón, destructor.
Ay, yo he conocido nobles que perdieron su más alto esperanza. Y desde entonces calumniaron a todas las esperanzas elevadas.
Desde entonces han vivido insolentemente en medio de breves placeres, y apenas se trazaron metas de más de un día.
<<El espíritu es también voluptuosidad>> - así dijeron. Y entonces se le quebraron las alas a su espíritu: éste se arrastra ahora de un sitio para otro y mancha todo lo que roe.
En otro tiempo pensaron convertirse en héroes: ahora son libertinos. Pesadumbre y horror es para ellos el héroe.
Mas por mi amor y mi esperanza te conjuro: ¿no arrojes al héroe que hay en tu alma! ¡Conserva santa tu más alta esperanza!-



AhZ. N.