lunes, 26 de agosto de 2013

El círculo que se muerde la cola.

Acabo de tener una revelación
Aún no la he interiorizado,
la tengo a flor de piel.
Piel de gallina y vello erizado.

Llevo ya un rato escribiendo y reescribiendo esta introducción por no tener claro si dar el paso a contar cosas demasiado personales (dejando claro que el sujeto de los acontecimientos soy yo) o por el contrario adoptar un estilo diferente en el que cada cual se crea o no, tanto los hechos descritos, como el protagonista y el que escribe.

(…)

LONDRES, 15 – Agosto – 2011

Bueno, es hora de empezar a “hablar”. Lo cierto es que teniendo tanto tiempo libre como tengo, y poseyendo una gran virtud gracias a la cual no necesito gente a mi alrededor  que me permite pasar muchos y buenos momentos conmigo mismo sin echar en falta a nadie como es la egolatría,  el narcisismo, o como esa expresión tan genial -“encantado de conocerse”- me sorprende no haber empezado antes. Aunque bueno, eso era antes de haber escrito esa segunda y tediosa frase con la que me he dado cuenta de lo pésimo que puedo ser como escritor.
Tampoco importa demasiado; si en algo soy experto es en rechazar, o cribar mejor dicho, cualquier tipo de actividad a la que pudiera dedicarme para labrarme un futuro o sencillamente para vivir durante un tiempo en el futuro.
Salí de casa sobre las cuatro de la tarde porque sabía de antemano que madrugar no era una opción realista. No recuerdo si hacía dos días o sólo uno desde la última vez que me tomé una de las cientos de pastillitas de la felicidad que pululan por mi nueva habitación. Si digo esto, no es por victimismo como todo el mundo cree, si no como explicación no sé si objetiva o subjetiva por la que no me he levantado muy animado hoy.

Mañana cumpliré mi tercera semana en Londres y creo que se me están acabando el fuelle optimista, ilusionador (que no iluso) y en definitiva, la habilidad de mantenerme contento sin nada que hacer. Que sí, “sin nada que hacer”; por supuesto una ciudad como esta tiene millones de cosas que ofrecer al recién llegado y al autóctono también, pero me debato todos los días entre quedarme en casa esperando una llamada que nunca llega o salir a disfrutar de mi estancia aquí, ya que no sé hasta cuándo podré estar.
También es verdad que mi excusa de no querer gastar dinero se queda coja porque hay un huevo de cosas gratuitas y un montón de parques con hamacas en los que sentarte en el suelo para no tener que pagar nada.

Aún así, estoy cansado de estar solo.
Se podría pensar que esta idea contradice la primera expuesta, pero no, soy muy capaz de disfrutar como un enano de mi soledad (además mido uno setenta) pero también me apetece de vez en cuando la compañía de otro simplemente para sentir su calorcito cerca u oír el murmullo de su voz. Probablemente sólo le usaría para dejar mi huella en el mundo. Demostrarle lo listo que soy, reafirmándome en esa certeza y haciendo que difundiera mi palabra. Algo así como la caverna en la que nuestros antepasados dejaban plasmadas sus hazañas, costumbres y cultura, de manera consciente o inconsciente.

Así que, vaya, que no es que me apetezca socializarme porque soy humano y resulta agradable, y tenga la capacidad del lenguaje, la empatía y un sinfín de cualidades que me lo permiten, sino porque soy un egoísta de mierda y un ególatra infinito. Cualidades, por otra parte, muy humanas también.

Bueno pues salí a las cuatro. Tristemente me apoyé en el siguiente pensamiento para obligarme a ello: “Víctor, has encontrado unos cereales geniales, imagina cómo de ricos sabrán cuando saborearlos todas las mañanas se convierta en un hábito antes de ir a trabajar y comprarlos con el dinero que ganas en ese trabajo un gusto y una felicidad interior que ahora no tienes.”
Hace poco comenté en fb que centraría y haría depender mi ya de por sí voluble ánimo, en minucias de la vida (ahora no recuerdo por qué). Así que, hoy fui fiel a ese pensamiento y salí a seguir buscando curro. Fue una verdadera pena que de todas las paradas de metro que tiene el metro más grande del mundo, eligiera una sobre la que no hay ni un puto establecimiento del sector servicios en el que poder dejar un cv.
Entre eso, y que vi que a pocos metros había una plaza y el cielo plomizo acompañaba, me he sentado en un banco y llevo más de hora y media leyendo y escribiendo en una de las plazas más feas que he visto desde que estoy aquí.

No pasa nada, tacharé Finsbury Square la próxima vez.


LONDRES, 16 – Agosto – 2011

Decididamente esto se va a parecer irremediablemente a una especie de diario. Y no por seguir la rutina y escribir cada día alguna que otra página hasta que me canse de hacerlo, sino por el cariz que toman las tonterías que escribo. A veces serán reflexiones pseudofilosóficas (me encanta el prefijo ‘pseudo’ ya verás) y otras simplemente notas que querré recordar y luego se me olvidará releer y perderán la función para la que fueron escritas.

Llevo un rato leyendo uno de los libros que me regalaron mis amigos por mi cumpleaños “Historia de Londres” de Eric González. Que menos mal que tiene un apellido vulgar y castellano porque siendo catalán le habría cogido un poco de tirria inevitablemente. El caso es que además de contar cosas muy curiosas en un tono ameno y divertido, he descubierto que hay más. He leído sobre La City y sobre los rollos financieros, políticos, del poder de la realiza británica y ha hecho que vuelva al mundo cuando lo que necesitaba era abstraerme de él.
El libro si no me equivoco es del 92. Bueno, decididamente soy un inculto de la vida. No sé qué significa editado, ni reeditado, ni vuelto a publicar. El libro es del 99, quizá está ambientado en el 92. Pero da lo mismo porque tampoco sé qué cosas son ciertas y cuáles no. No importa.

Decía que he vuelto a la realidad de un modo muy molesto. Mientras escribía me ha venido a la mente la imagen de un parto y un niño sacado por los pies del vientre de la madre a regañadientes. Pues algo así, pero menos asqueroso.

Desde 2007 o por ahí hay una crisis profunda, permanente y absurda que ha arrasado con todo y más dramáticamente con todos y, leyendo no he podido evitar volver a sentir un profundo desapego por el mundo en el que vivo y unas ganas irrefrenables de perder todo contacto con la realidad.

Yo siempre he creído que mi pensamiento era sumamente ordenado y que se podía seguir perfectamente un razonamiento tirando del hilo. No sé si es que al escribir tengo que ir más lento y acabo olvidando el sentido y/o el fin pero es frustrante…
Con todo lo que yo me adoro, al releer estas palabras no me pareceré tan inteligente, ágil y divertido como realmente me creo. Así que será mejor que olvide ese detalle y que use esto como desahogo… (Obviamente tú yo sabemos que seguiré intentando plasmarlo todo de la manera más graciosa que sepa con el fin de encantarme después).

Al cambiar de cara de la hoja, o de hoja, o de folio (nunca he sabido qué significante va con qué significado) he pensado dos cosas: la primera es que el papel este en el que escribo es tan fino y tan cutrecillo (lo cual lo hace encantador y me recordará de dónde lo saqué) que se marcan mucho las palabras escritas en la otra cara y también tienen un tacto agradable; la segunda es que a pesar de estar en mi habitación en la que podría estar cómodamente sentado para escribir mejor sin tener que estar guapo como cuando esta tarde estaba en la plaza, no lo estoy. Estoy encima de la cama con la espalda curvada y dolorida, la pierna izquierda dormida y la letra cada vez va a peor. Me escudaré de todas formas, en que no tengo ni silla ni escritorio aquí. Y me duelen los dedos porque aún no me he librado de esta manía tan –voy a decir destructiva porque no me sale el adjetivo que buscaba- de morderme las uñas y sufro como Geno.


Empiezo mi reflexión reflexivamente reflexionada.

Hacía ya más de un mes que me había mudado de piso aquí en Barcelona. El piso estaba sin amueblar. Sólo tenía los electrodomésticos de la cocina y un somier y un colchón en el que estuve viviendo, pues eso, algo así como mes y medio.
Supongo que podría decir que justo coincidió que tuve mucho trabajo, que llegaba agotado a casa, que no andaba tampoco muy boyante como para comprar unos muebles después de pagar la matrícula de la universidad y que hacía calor y vivo en un cuarto. Pero aunque pueda decirlo, lo cierto es que soy yo y he seguido siendo yo aunque allá por mayo pensé que sería diferente.
No por mudarme a un piso solo y por ascender en el curro y por ir encauzando mi vida iba a cambiar radicalmente mi estilo de vida. Sobre todo porque éste depende casi en su totalidad de mi modo de pensar, y aaaamigo (mío sólo tú encuentras leña), sigo pensando la misma mierda.

Lo que quiero decir es que estuve viviendo en la inmundicia durante mucho tiempo y justo el día 15 -15 de agosto de 2013- monté la mesa y la silla de los muebles que compré la semana anterior y que me miraban con reprobación metiditos en sus cajas todavía.

Bien, pues ese día 15, se me ocurrió coger un archivador que me había traído del pueblo con una mochila, libros, bolígrafos y tal. Ahí estaba el puñado de hojas que me dio por escribir cuando me fui a London Town y que no había abierto desde entonces. Y flipé un poco bastante cuando me di cuenta de que lo primero que escribí aquel entonces fue también un 15 de agosto. Parecerá una puta gilipollez, pero yo flipé mucho. Tenía ante mí un trozo de lo que yo pensaba hacía justo dos años. Y en un momento hice un repaso mental de los acontecimientos más importantes de esos dos años y de cómo había cambiado todo para encontrarme donde yo estaba ahora –donde yo estoy ahora-.

Pero si ya la casualidad de la fecha me había dejado un poco descolocado, el contenido acabó de removerme algo dentro.
Dos años después sigo siendo a grandes rasgos igual. Ahora estoy más sosegado, desde luego. Y tengo también más experiencias que me dan seguridad. Pero lo importante. Lo esencial, no ha cambiado. Y estoy contento por ello. Durante algún tiempo pensé que tendría que cambiar todo lo que yo era para poder vivir en el mundo y eso me estaba matando. Ahora, he sabido compaginarlo y estoy tranquilo.

Acabaré hablando de lo ridícula y curiosa que es la vida dando dos datos más: me mudé a Barcelona por un catalán. No se llamaba Eric González, claro. Pero tampoco le tenía tirria.
Antes de montar la mesa y la silla, usaba el único mueble que tenía en casa –la cama- como pieza angular de la casa. Ahí dormía, comía, follaba, simplemente estaba… Y lo primero que pensé al sentarme por fin en la silla con el ordenador era que ya no me dolería tanto la espalda. Hacía dos años exactamente tuve el mismo pensamiento.